En un capítulo reciente de "Crónicas Judiciales:
Edición Tardía", nos encontramos con la historia de María Sanipatín, una
señora de 75 años que, después de dos décadas de espera, recibe un regalo de
cumpleaños bastante inusual de parte del sistema judicial: una sentencia de 8
años por peculado. La señora Sanipatín, con más años encima que la propia causa
abierta y con una visión más adaptada a leer el futuro que letras pequeñas, fue
trasladada a la Penitenciaría del Litoral, porque al parecer, la justicia no
solo es ciega, sino que también olvida mirar la fecha de nacimiento.
La imagen de María, ahora equipada con su bastón y
anteojos oscuros, no solo desafía la percepción de peligrosidad sino que
redefine el concepto de riesgo para la seguridad pública. Uno se imagina la
escena de su llegada a la penitenciaría, causando un revuelo no por ser una
criminal de alta peligrosidad, sino por el simple hecho de que nadie se
esperaba que la nueva interna necesitara ayuda para encontrar su celda.
Este episodio nos lleva a preguntarnos: ¿Realmente
tomó 20 años resolver el caso o es que el expediente estaba jugando al
escondite bajo una montaña de papeles? La situación es tan surrealista que
hasta el mismísimo Kafka levantaría una ceja, preguntándose si no se le
adelantaron a publicar una secuela de "El Proceso".
La moraleja de esta historia parece ser que, en el
teatro de lo absurdo judicial, a veces los actores principales llegan al
escenario un poco tarde, y en el caso de María Sanipatín, quizás demasiado
tarde. Mientras tanto, uno no puede evitar imaginar el día a día de María en la
penitenciaría, compartiendo anécdotas de su juventud con sus compañeras de
celda, mientras todas se preguntan si la justicia tardía es realmente justicia
o simplemente una mala broma del destino.
Así que, mientras María se adapta a su nuevo hogar, nos quedamos reflexionando sobre la eficiencia de nuestro sistema judicial y esperando que, al menos, le hayan dado una celda con buena iluminación. Porque, a fin de cuentas, si vas a llegar tarde a la fiesta, más vale que al menos puedas disfrutar del pastel... o en este caso, de la jubilación. (VAY)
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